
Un día, Quentin, su padrino, le dice que con motivo de su próximo cumpleaños va a invitar a su sobrina. El plan es que el muchacho pase una noche agradable, pero otro de los DJs le gana a la chica.
Mientras tanto, en la isla, el gobierno británico está en contra del Rock y planean derrotar a la estación que transmite toda la noche y que es escuchada por gente de todas las edades y entornos sociales. Kenneth Branagh encarna al malvado y burócrata represor de la expresión libre de modo magistral y caricaturesco, hace pensar que no hay tanta diferencia entre funcionarios ingleses y panistas. Entre sus planes está el de quitarles patrocinadores volviendo ilegal patrocinar al Rock. Pero la estación contraataca convenciendo a un
Dj retirado de volver al radio. Gavin, interpretado por el terriblemente sexy Rhys Ifans, llega con su orgásmica voz a sacudir algo más que el bote y aunque no haya patrocinadores, la gente está más que prendida de la estación y los patrocinadores vuelven.
La batalla entre el funcionario y la estación se convierte en guerra y el personaje de Kenneth Branagh se toma de modo personal derrotarlos. Amenaza con buscarlos y hundirlos. Y entonces, toman la decisión más obvia, si están a bordo de un navío, solo hay que echarlo a andar. El bote zarpa hacia rumbos desconocidos y libres, burlando una vez más al estricto funcionario. Pero la suerte no les sonríe demasiado. Se estrellan y se abre un boquete en el bote y el agua entra cada vez con más furia. Gracias a la transmisora dan su punto exacto. El ayudante del funcionario le pide permiso para ir al rescate, pero el funcionario se niega y opina que es mejor así, que se mueran. Pero los miles de radioescuchas no van a dejar que sus irreverentes héroes se ahoguen en el helado mar y la escena en la que al despuntar el alba, todos están apretujados en la punta del barco que se hunde y se ve la cantidad de botes de todos tamaños y tipos al rescate es muy emocionante y emotiva. Al final, todos quedan en botes, y es cuando se dan cuenta que falta el Conde
(Philip Seymour Hoffman). Tras lo que parecen horas de silencio, surge de las profundidades y también lo salvan. Una película que me hace haber querido nacer veinte años antes de lo que lo hice, que te hace sentir bien, que te hace feliz, que te da ganas de ponerte a cantar y a bailar porque sí. Además, lógico, si se trata de una estación de Rock, el soundtrack es puro Rock de los sesenta de lo mejor y más variado, usado del modo más ingenioso y divertido. Definitivamente una imperdible.
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